Él ha llamado a nuestro amor
un monstruo
Te estás yendo.
Y yo quisiera tener suficientes palabras en
mi vocabulario para detenerte mientras lees esto.
Pero estás lejos ya.
Te mostré de mí todo eso que lastima y
guardé
de forma codiciosa todo lo mío que no está herido.
de forma codiciosa todo lo mío que no está herido.
Tú dices que yo
soy así.
Te equivocas.
Te equivocas.
Me ves y crees que ya no existe
más camino que caminar.
Que ya todo está dicho.
Sé que tu decisión está tomada.
Sé también porqué te rendiste.
El verdadero motivo de mi carta no es que te quedes,
lo que busco es despedirme.
Nunca tuvimos tiempo para hablar.
Siempre fue aprovechar los pocos segundos
de las pocas horas de los pocos días que teníamos
juntos.
Y así nunca
tuvimos tiempo para aclarar
qué tenemos dentro de nosotros.
(Nunca hay momento oportuno para hablar de demonios).
Y hoy te dejo ir sabiendo que nunca pudiste conocer
lo que realmente soy y me voy triste por eso.
Le digo adiós a tus planes a futuro donde
a ese espacio en blanco que faltaba por llenar
a ese espacio en blanco que faltaba por llenar
le pusiste mi nombre.
Me despido de esas peleas tan absurdas que tuvimos
que terminaron por ganarnos.
Me despido de tus hombros que me hicieron recordar
lo que era tener a alguien que me sostuviera por
completo.
Me despido de tus ausencias.
De mis discusiones.
De tus reglas de juego
que nunca entendí.
De mis celos.
De tus camisas.
De tus extraños gustos.
De esa música que sin ti
nunca hubiera conocido.
Adiós a tus sueños
A tu espalda.
A tus manos
A tus manos
A tu voz.
A tus ojos.
A tus ojos…
Esta carta es para despedirme
pero no sin antes
preguntarte:
¿En verdad tienes que irte?