Cuando el subconsciente nos habla,
es mejor escuchar atentos.
— ¡Nos extraña! ¡Sé que nos extraña!
— Tú estás loco.
— ¡Nos sueña! ¡Sé que nos sueña!
— ¿Quieres dejar de decir tonterías? Está claro que ella no nos ha de extrañar, mucho menos nos va a soñar.
Sus ojos me miraron con reproche.
Ella quizá no nos extrañaba, pero nosoros no habíamos dejado ni un segundo de añorarla.
— Sí, tienes razón. No nos sueña, no nos extraña. A ti no, a mí sí. — me dijo con tono desafiante.
Me quedé en silencio unos segundos y le pregunté a qué se refería.
— ¿Cómo soñarte, cómo extrañarte, si no te conoce? Yo no te conozco. Me extraña a mí, al antiguo tú, al que la hacía reir y no llorar; el que la abrazaba y no la rechazaba. Qué tonto fui al decir que nos extrañaba. Me extraña a mí, no a ti.
Nos quedamos un tiempo en silencio cuando por fin se animó a hablar.
— ¿Porqué la dejaste ir? — Sus ojos se estabas humedeciendo.
— Tenía que ser así...
— No, no tenía. No tenía que ser así.
— Era lo mejor.
— ¿Para quién? ¿Para ti? ¿Para mí? ¿Para ella? Sabes que no lo fue; y venos aquí, pensando en ella. Diario te veo queriendo olvidarla, forzándote por no quererla... Cómo has cambiado; de mí a ti hay un abismo.
— De nosotros a ella existe el mismo abismo.
— Te equivocas. De ti a ella hay un abismo, de mí hacía ella son sólo centímetros.
— ¡¿Cuál es tu punto con toda esta plática?!
— No lo sé, tratar de razonar contigo es caso perdido. Pero recuerda que si la pierdes, no te lo perdonaré.
— ¿Y cómo la recupero?
— Recupérame a mí primero.